Después de un articulo que publicamos hace tiempo tratando la «vigilancia social» a modo de ciencia ficción, en esta ocasión  volvemos  con la obra maestra de este tema 1984.  Dado que es el momento clave con la temporada del 12+1. A mas de un telespectador le recomendaría yo este libro y la película para ver de lo que trata el autentico  gran hermano.

Bueno os dejamos con esta magnifica obra de George Orwell, película y libro «1984 gran hermano»,
después de leer o ver la pelicula mirar la fecha de esta obra y compararla con lo que sucede hoy día en nuestras calles. Encontrareis la logica del titulo «profetico».

Mil novecientos ochenta y cuatro (más conocida como 1984) (en inglés Nineteen Eighty-Four) es el título de una novela de política ficción distópica escrita por George Orwell en 1948 y editada en 1949. En la novela el estado omnipresente obliga a cumplir las leyes y normas a los miembros del partido totalitario mediante el adoctrinamiento, la propaganda, el miedo y el castigo despiadado. La novela introdujo los conceptos del siempre presente y vigilante Gran Hermano, de la notoria habitación 101, de la ubicua policía del pensamiento y de la neolengua, adaptación del inglés en la que se reduce y se transforma el léxico -lo que no está en la lengua, no puede ser pensado-. Muchos comentaristas detectan paralelismos entre la sociedad actual y el mundo de 1984, sugiriendo que estamos comenzando a vivir en lo que se ha conocido como sociedad Orwelliana. El término Orwelliano se ha convertido en sinónimo de las sociedades u organizaciones que reproducen actitudes totalitarias y represoras como las representadas en la novela. La novela fue un éxito en términos de ventas y se ha convertido en uno de los más influyentes libros del siglo XX.

1984 de George Orwell…..¿Lectura «profetica»?

Resumen

1984 es la antiutopía o distopía más célebre de todas cuantas fueron escritas durante la primera mitad del siglo XX. En ella, Orwell presenta un futuro en el que una dictadura totalitaria interfiere hasta tal punto en la vida privada de los ciudadanos que resulta imposible escapar a su control. La odisea de Winston Smith en un Londres dominado por el Gran Hermano y el partido único se puede interpretar como una crítica de toda dictadura, aunque en las analogías con el comunismo estalinista resultan evidentes, dada la trayectoria vital del autor. La novela cobra nueva vigencia en la sociedad actual, en la que el control a los ciudadanos, coercitivo o no, se halla más perfeccionado que en ningún otro momento de la historia de la Humanidad. Por último, veremos la influencia de la obra en la cultura del siglo XX, tanto en su vertiente literaria como en la cinematográfica.

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 Biografía de George Orwell

Para entender 1984 tenemos que conocer la vida de George Orwell. Nacido en 1903 en Montihari (India), Eric Arthur Blair es hijo de un funcionario del gobierno imperial. Es enviado a Inglaterra, donde su madre, de origen anglofrancés, le mete el gusanillo de la lectura y le alienta en sus pinitos literarios: a la edad de cinco años compone un poema del que más tarde renegaría, aduciendo que se trataba de una copia del «Tigre, tigre» de William Blake. Tras su paso por la escuela de St. Cyprien obtiene una beca para estudiar en el colegio de Eton, en el que Aldous Huxley fue su profesor de francés durante un curso. Su origen humilde le granjea problemas en ambos centros, siempre en el punto de mira de sus compañeros más clasistas: es su primer contacto con la lucha de clases. Renuncia a seguir estudios universitarios y en 1922 se enrola en la Policía Imperial, a la que sirve en Birmania durante cinco años. Allí observa auténticas atrocidades por parte de sus compañeros de armas, lo cual lo lleva a afirmar: «Cuando el hombre blanco se convierte en tirano, destruye su propia libertad».

Su renuncia a la Policía Imperial va acompañada por otra doble renuncia: a su nombre (a partir de ahora será conocido por el seudónimo George Orwell; George, por San Jorge, patrón de Inglaterra; Orwell, por un río que conoció en su infancia) y a su clase social: pasa una década al borde de la indigencia, alternando la escritura con la vida entre las clases más humildes. Fruto de esta experiencia es su primer libro, Sin blanca en París y Londres(1933).

La paulatina adquisición de conciencia social, que lo ha llevado a franquear las fronteras de una vida cómoda entre las fuerzas de ocupación imperiales para sumirse en la pobreza, da paso a una nueva etapa en la que Orwell ejerce el periodismo de denuncia. Hasta ahora, Orwell ha vivido la situación de las clases inferiores; a partir de ahora, consagra su tiempo a explicar y divulgar esta situación. Su nuevo objetivo son los mineros y obreros desempleados de una región industrial atrasada. Al término del libro, El camino de Wigan Pier (1936), Orwell radicaliza su discurso. Ha descubierto el socialismo. No obstante, la dictadura del proletariado propugnada por el comunismo estalinista lo inquieta: no deja de ser una dictadura.

Tras contraer matrimonio con Eileen O’Shaughnessy, viaja a España. El libro resultante,Homenaje a Cataluña (1938), su obra maestra según este conferenciante, va un paso más allá en su discurso. Orwell viaja como periodista pero se afilia a una milicia del POUM, el Partido Obrero de Unificación Marxista de Andreu Nin y Joaquín Maurín, de raíz trotskista. Es testigo de una serie de hechos que trastornan sus convicciones ideológicas. La experiencia de la autogestión colectivizadora en el frente aragonés, en un codo a codo entre trotskistas y anarquistas (con el recurrente «Mañana tomamos el café en Huesca», en alusión al objetivo militar que se pretendía conquistar), contrasta con los sucesos que presencia en mayo de 1937 en Barcelona. Herido en el frente, Orwell regresa a Barcelona. Durante su convalecencia, presencia un conato de guerra civil dentro de la guerra civil. Los enfrentamientos armados entre el ejército regular republicano (bien equipado por la Unión Soviética) y las milicias anarquista-trotskistas dan lugar a una auténtica purga a la manera de las soviéticas, y conllevan el desarme de las milicias. Las convicciones de Orwell sufren un duro revés. El comunismo ortodoxo, según él, es otra forma de dictadura equiparable al nazismo, dos caras de una misma moneda que no hacen sino despojar a las clases trabajadoras. La manipulación informativa y propagandística puede obviar los hechos de Barcelona como si no hubiesen existido. Nada diferencia al capitalismo del fascismo del estalinismo. Orwell ya maneja los dos puntos centrales de 1984.

La II Guerra Mundial termina de ofrecernos un cuadro cabal de las inquietudes político-literarias de Orwell. Durante el conflicto es miembro de la Home Guard, colabora en la BBC y es director literario del periódico Tribune. Es, pues, un personaje de relieve en la vida cultural británica. Mientras Londres padece los bombardeos de las V-2, Orwell escribe Rebelión en la granja (1945). Tras aquella en apariencia inofensiva fábula acerca de unos animales que despojan al propietario de una granja y se lanzan a la autogesión de la misma se puede adivinar la parodia definitiva del comunismo estalinista. El cerdo Mayor es un trasunto de Lenin, que antes de morir marca las pautas a seguir hacia la definitiva liberación del yugo de los humanos (el capitalismo). Sus herederos, Napoleón (Stalin, evidentemente) y Snowball (Trotski), terminarán enfrentados por el control de la granja. Esta fábula muestra la progresiva degradación de los ideales revolucionarios, el linchamiento público de la memoria del cerdo traidor (Snowball), la instauración de la dictadura más opresiva, la implantación de eslóganes a cuál más surrealista (se pasa del «Cuatro patas sí, dos pies no» identificativo de la clase animal al «Cuatro patas sí, dos pies mejor» con el que se advierte el alejamiento definitivo de los principios revolucionarios por parte de la clase dirigente) y el resentimiento de Orwell contra un comunismo traidor de sus propios ideales. Aunque Bernard Crick opina que la fecha de escritura data de 1945 y que en todo caso su publicación se demoró debido a la escasez de papel, la tradición afirma que Orwell concluyó el libro en torno a finales de 1943, pero tuvo que moverlo durante más de un año, de editor en editor, sorteando una especie de censura editorial: nadie estaba dispuesto a publicar un libro que era un ataque frontal a la Unión Soviética, en un momento en el que la Unión Soviética resultaba la mayor y mejor garantía de triunfo en la guerra frente al fascismo internacional. «Cualquier crítica seria al régimen soviético, cualquier revelación de hechos que el gobierno ruso prefiera mantener ocultos, no saldrá a la luz», escribe Orwell en su ensayo «La libertad de prensa». «Vemos, paradójicamente, que no se permite criticar al gobierno soviético, mientras se es libre de hacerlo con el nuestro. Será raro que alguien pueda publicar un ataque contra Stalin, pero es muy socorrido atacar a Churchill desde cualquier clase de libro o periódico.»

Éste es el Orwell que, desencantado definitivamente con la clase política británica (más celosa, según él, de defender a los comunistas soviéticos que a sus propios políticos), con la censura ejercida por los medios de comunicación (hecho que le lleva a dimitir de la BBC), con la vida misma (su mujer fallece en 1945), con su propia salud (sus problemas de tuberculosis se acentúan, postrándolo en hospitales), acomete su obra más conocida, su testamento literario, la novela que ha marcado el devenir de la literatura fantástica de carácter político en la segunda mitad del siglo XX y, por qué no, el devenir de la propia Humanidad: 1984. Tras su publicación en 1949, Orwell entra en estado terminal. Fallece el 21 de enero de 1950, recién desposado con Sonia Brownel. Orwell ya había dicho cuanto tenía que decir.

 1984, la novela… Utopía y distopía

Ante la pregunta «¿Qué es 1984?», la respuesta más evidente es: la distopía más célebre de cuantas han sido escritas. Ahora bien, ¿qué es una distopía? Antes de proseguir con la exposición hemos de hacer un paréntesis y definir el término.

También conocida como antiutopía, una distopía es lo opuesto a una utopía. Esta definición, facilona si se quiere, sólo puede ser entendida si definimos utopía. Tomo prestadas ambas definiciones de la obra colectiva Las cien mejores novelas de ciencia ficción del siglo XX, coordinada por Julián Díez:

«Utopía. Obra que describe un futuro estado feliz de la humanidad, en el que cada persona tiene satisfechas sus necesidades y existe un gobierno benévolo que provee de todo lo necesario (o bien el gobierno ha desaparecido absolutamente, tras resultar innecesario). El nombre procede de la obra homónima de Tomás Moro (que viene del griego u topos, ningún lugar).»

«Distopía. Por contraposición a «utopía», obra en la que se describe una sociedad opresiva y cerrada sobre sí misma, generalmente bajo el control de un gobierno autoritario, pero que es presentada a los ciudadanos de a pie como una utopía.»

En resumen: la utopía es el mejor de los mundos, la libertad definitiva y absoluta, el sueño de todo ciudadano hecho realidad. La distopía es el peor de los mundos, la sumisión definitiva y absoluta, el sueño de todo gobernante hecho realidad, y será tanto más efectiva cuanto mayor grado de satisfacción produzca en el ciudadano. Es lo que Sam J. Lundwall define en su Historia de la ciencia ficción como «la pesadilla con aire acondicionado».

Las utopías arrancan con la obra ya citada de Tomás Moro (1516). Concebidas en un principio como obras de carácter cuasi teórico político en las que se ofrecía luz y guía al benévolo gobernante, conforme avanza el tiempo empiezan a adquirir mayores matices. La posibilidad de plasmar el pensamiento utópico en una organización política real nos lleva a varios intentos de comunidades, las más destacadas de ellas las reducciones jesuíticas del Paraguay del siglo XVIII y los falansterios de los socialistas utópicos franceses del siglo XIX, que no dejan de ser tentativas aisladas abocadas al fracaso. La publicación delLeviatán de Thomas Hobbes en 1651 constituye la primera advertencia seria de que la utopía definitiva, en caso de alcanzarse, ha de contar con la naturaleza intrínsecamente rapaz de la especie humana. Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift (1726) introducen el elemento satírico en la tradición utópica. Finalmente, la doble revolución industrial y liberal que conforma nuestra sociedad occidental presente no hace sino recordarnos que la utopía, entendida bajo la definición anteriormente expuesta, es inalcanzable para todos: siempre habrá clases. Salvo contadas excepciones (el socialismo fabiano de H.G. Wells o el socialismo determinista de Jack London), las utopías se van separando de la teoría política, para pasar a ser coto casi exclusivo de la creación literaria.

Ahora bien, la literatura también sufre un cambio como consecuencia de la doble revolución industrial y liberal. De acuerdo con Brian Aldiss, la publicación en 1818 de Frankenstein o El moderno Prometeo de Mary Shelley marca el comienzo del género literario conocido como ciencia-ficción. El nacimiento del género como tal es objeto de una controversia permanente, cuyos pormenores no viene al caso comentar aquí. Sea cual sea el origen de la ciencia-ficción (el Frankenstein de Mary Shelley, 1818; La máquina del tiempo de H.G. Wells, 1895; la edición del primer número de la revista Amazing Stories en 1926), el caso es que las utopías van poco a poco acercándose a él. Durante el siglo XIX, la literatura utópica aún recurre al recurso tradicional inaugurado por Tomás Moro: el viaje fantástico a territorios lejanos, en los que poder desarrollar sin complejos el modelo político propuesto. Ecos de esta concepción se perciben en una de las obras maestras de la literatura utópica,Erewhon de Samuel Butler (1872). La tierra de Erewhon (que no es sino nowhere puesto del revés, es decir, «ningún lugar», es decir «utopía») nos muestra algunos claroscuros en su retrato del impacto de la industrialización sobre los habitantes de un mundo que ya no es perfecto, tan sólo casi perfecto.

Sin embargo, esta forma de fabulación tiene los días contados. Los territorios inexplorados se terminan, hacia 1911, con la conquista del Polo Sur, ya no queda ningún lugar sin hollar por el ser humano. La búsqueda de utopías ya sólo puede acontecer en dos direcciones: el tiempo futuro, o bien en otras tierras. El cambio de escenario de la literatura de viajes utópicos acompaña al cambio de escenario en la literatura de aventuras. Ambos géneros, utópico y aventurero, integran parte de su producción (sólo parte, me gustaría aclarar este punto) en el género fantástico, y más concretamente en la ciencia-ficción.

No obstante, estamos hablando de una clase de literatura cada vez más escapista. Con las excepciones de H.G. Wells y Jack London, empeñados en buscar los aspectos menos optimistas del futuro mundo feliz, la utopía se muestra benévola con el devenir de la humanidad. Dos hechos cambian la percepción de las cosas. La I Guerra Mundial (1914-1918) demuestra que es posible una castástrofe global, con ella viene a ponerse fin a un equilibrio continental que se había mantenido casi intacto durante cerca de medio siglo. La Revolución soviética de 1917 demuestra que la utopía es posible, no sólo a una escala reducida, como pretendieron los socialistas utópicos con sus pequeñas comunidades, sino nada menos que en el país más extenso del orbe. El optimismo desaforado de los años veinte, los felices años veinte, es sólo una verdad a medias. Durante los años de entreguerras se producen tres obras fundamentales en la llamada literatura distópica, tres obras que a su manera influyen en el 1984 de George Orwell y que constituyen advertencias muy serias, aún no igualadas desde los punto de vista literario y admonitorio, de cuán terrible podrá llegar a ser el futuro si el poder recae en unas manos dispuestas a partes iguales a coartar los derechos del individuo y a manipular su percepción de la realidad hasta el punto de que, aun padeciendo una horrible represión, se crean en posesión del mayor grado de libertad nunca visto. Estas obras son Nosotros de Yevgueni Zamiatin (1921), Un mundo feliz de Aldous Huxley (1932) y La guerra de las salamandras de Karel Capek (1936).